En nuestra oficina, como en muchas otras, nos han cambiado el horario y la jornada laboral ha pasado a ser intensiva en todos los aspectos. Ahora no solo estamos más horas seguidas trabajando; además, también suplimos la ausencia de los compañeros que se están tomando sus vacaciones. En definitiva, con el ratito del desayuno tenemos que aguantar el hambre toda la mañana, o buscar la manera de no comernos al compañero que está a nuestro lado, que además no para de hablar de lo que tiene preparado para comer. Y no seduce la opción de correr para casa a las 4 de la tarde, como un perdido en el desierto cuando el sol pega de pleno, arrastrándote de inanición, y flechado para la nevera en busca de algo fresco.