Cada vez que sometemos a alguien por la fuerza o lo convencemos para que se venza, estamos traicionando algo profundo de nuestra propia humanidad, cada vez que maniobramos para obtener los favores de una mujer también estamos traicionando a nuestras raíces, cada vez que le sostenemos la ilusión a un niño sobre las mentiras que ofrecemos para su futuro fallamos a nuestra naturaleza.
El autor nos presenta una visión clara y descarnada de cómo la mente, en aras a proteger los túneles invisibles de temores y consideraciones en las que basa sus razonamientos, nos mantiene congelados al interior de una ilusión que llamamos nuestro mundo y por cuya protección estamos rebajando a nuestra naturaleza.
Nacemos en la traición, nadamos en ella, acariciamos su sombra y anhelamos que nunca desaparezca.
La traición es la esencia de la construcción de nuestro mundo y nuestras ilusiones apenas alcanzan para emborracharnos con ella, en ella, para ella y por siempre.
Pobrecitos los bienaventurados porque ellos también serán traicionados.