San Bernardo de Claraval es llamado el “último de los Padres” de la Iglesia, porque en el siglo XII, una vez más, renovó e hizo presente la gran teología de los padres. Sus contribuciones han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida monástica y la expansión de la arquitectura gótica.
La Iglesia católica lo canonizó en 1174 y lo declaró Doctor de la Iglesia en 1830.
Esta serie de ochenta y seis sermones —o más exactamente, de ochenta y cinco sermones y medio— sobre el Cantar de los Cantares constituye la obra más desconcertante de Bernardo, la más difícil para leer y probablemente la más hermosa. Es, sin duda, aquella que él trabajó durante más tiempo y con más atención, como lo atestigua la historia de su texto: durante los últimos veinte años de su vida, desde 1135 hasta su muerte, acaecida en 1153, no cesó de trabajarla, y después mejorarla con ulteriores correcciones.
Estos sermones se puede considerar la obra más importante de Bernardo, una «Summa» de teología contemplativa.